martes, 12 de octubre de 2010

Nadie a quien reclamar.- (parte I)

Esa noche había llovido y las calles intransitables de barro, mostraban su peor cara.- El agua corría jugueteando por las pequeñas zanjas que viboreaban entre los estrechos pasillos, mezclándose con la suciedad de baños inexistentes, animales muertos y basura desparramada a granel, que hacían la delicia para las ratas.-
El rancho se llovía y el piso de tierra, también se había mojado.- Dos colchones muy rotos, que en su momento fueron de dos plazas, sin sábanas, tirados en el suelo sobre un plástico para que no se mojen, eran el descanso nocturno de las miserias de los habitantes del ranchito.-
Mamá, papá y Lucía, dormían en uno de ellos y en el restante, cuatro hermanos varones.-
Sobre las escasas sillas y en la mesita de madera despintada, se amontonaban grandes cantidades de ropa, que la mamá, caminando las calles de la incertidumbre, malgastando horas a su vida, recogía todos los días, pidiendo casa por casa.-
La mayoría era ropa muy vieja y rota, que ya no servía para nada, esa la cortaban y la vendían como trapos para la industria y la otra, la mamá la arreglaba un poquito y la ofrecía por monedas adentro de la misma villa.-
Lucía tenía siete años, nació en ese rancho, con la pobreza como único juguete y la caricia diaria de la miseria.- Pero ella no conocía otra cosa, se conformaba con lo que tenía y nunca le reclamaba nada a nadie.-
¡A quien podría reclamar si ni siquiera había salido de la villa!
Era delgada, de cabellos rubios siempre desordenados y sucios, muy alegre y despierta.- De ojos grandes y verdes, curiosa y movediza.- Linda, muy linda.-
Solía caminar por el barrio, haciéndole gambetas a los charcos de agua sucia, con sus piecitos saltarines desnudos y sus ojotas listas para romperse.- Siempre con algún que otro vestidito cansado de tantos remiendos y con las carencias cubriéndole la piel.-
Pero los días de sol, eran otra cosa, le brotaban chispitas de los ojos, su cuerpito se cubría del aroma salvaje de las flores y salía con su mejor sonrisa de agujerito a cuestas, lista para regalársela a quien quisiera mirarla.-
Dos agujeritos fabricados hacían un par de semanas, pero el Ratoncito Pérez ni se enteró, porque él no anda por esos lugares olvidados de la mano de Dios.-
Igualmente Lucía no lo conocía, ni siquiera lo había escuchado nombrar, pero la mamá sí, por eso la noche que se le cayeron los dientitos, ella lloró mientras le acariciaba la carita de nena dormida.- Sabía que el ratoncito pasaría de largo, porque no había nada para dejarle debajo de la almohada.-
Pero eso a la pequeña no le molestaba.-
Ella era hija “adoptiva” de la “pobreza estructural”, que invade impunemente la riqueza de nuestro país, esa pobreza que consume votos pero que ningún político hace nada para conjurar.-
Lucía no lo sabía pero ella era solamente una nena entre cientos, miles de niños en su misma condición.-
Su verdadero nombre era Lucía Aguirre, pero la mamá le decía “Lucha”.- A ella mucho no le gustaba porque los hermanos la cargaban y la llamaban "Laucha", pero se había acostumbrado y cada vez que le decían así, se encogía de hombros y se sonreía.-
La única ventana del rancho estaba muy alta para la escasa estatura de Lucha y además, solo se podía mirar a través de ella solamente si estaba abierta, porque los dos únicos vidrios se habían roto hacía mucho tiempo y en su lugar, gruesos cartones trataban de impedir la entrada del frío.-
Llegaba el invierno y el viento se hacía notar cada vez más.-
En el medio de la casilla de chapa y cartón, una salamandra, oxidada de puro vieja, conseguida por el papá en un desarmadero, calentaba el ambiente.- Por eso, cuando el papá y los hermanos salían a “cartonear” con los carritos de chapa con llantas de bicicleta y ruido a latas golpeando sobre los empedrados de esos barrios alejados del centro, uno de ellos, siempre recogía leña, porque la salamandra, no solo calentaba, también servía para hacer la sopa en esos días que no había ni para garrafa.-
Quemaba.-
Había que pasarle lejos porque quemaba la piel, pero todos estaban acostumbrados y era bastante buena porque calentaba lindo, salvo cuando se tapaba la chimenea de caño hasta el techo y el humo inundaba todos los rincones.-
Entonces, había que salir corriendo porque no se podía respirar, hasta que el papá la arreglara.-
Hombre morocho el padre.- De pocos dientes, estatura escasa y mente estrecha.-
Silencioso.-
En su limitado lenguaje no existía la palabra amor, ni cariño, ni ternura.- Recto, poco instruido pero buen persona.-
Andador incansable de esas calles de empedrado desparejo, en busca del magro sustento diario en el que se transformaban una pila de cartones y que servían para alimentar a su familia.- A veces, limosneaban por algunas casas y negocios conocidos y algo más conseguían.-
Bebedor de vino tinto barato.-
¡Tinto, porque el blanco es para las mujeres! Decía mostrando su sonrisa maltrecha y frunciendo sus profundas arrugas establecidas por las carencias y el maltrato del tiempo.-
Trabajador inagotable, peleándole día tras día a una miseria agobiante que laceraba su piel y que nunca pudo entender.-
Pero esa tarde, era distinta para Lucha.-
El papá y los hermanos todavía no habían llegado.-
La mamá entró al ranchito con una bolsa de plástico enorme, rebosante de ropa casi siempre inservible, pero esta vez, adentro había una más chiquita.-
¡Tomá Lucha, para vos!
Lucía abrió los ojos entusiasmada, se descalzó, saltó arriba del colchón y la vació.-
Sus ojitos llenos de carencias no daban crédito a lo que veían.-
¡¡Ropa de nena!!
Una bombachita con unos dibujitos hermosos y lo más importante, los elásticos ajustados, seguramente no se le bajaría molestándole cuando caminaba como la que tenía puesta.-
Rápidamente, miró para todos lados asegurándose que nadie la vea y en un movimiento casi imperceptible, se quitó la vieja y se la colocó.-
Efectivamente, le quedaba ajustada y no se le caía.-
Una sonrisa de fantasía iluminó su rostro.-
Y un par de medias, de color blanco y rosa, con un nombre “Kitty” y un dibujito y aunque ella no conocía su significado, se enloqueció.-
¿Quién podía tirar esas medias nuevas y hermosas si ni siquiera tenían un agujerito?
Y se las colocó.-
Y otras medias, también blancas, pero que le llegaban a la cintura, reabrigadas y un par de zapatillas impecables, justo para ella, sin cordones, con abrojitos, fáciles de abrochar.- Y una camiseta de mangas largas y una remera y un pulóver azul, de lana, calentito y un vestidito azul con falda tableada.-
¡Nuevo, todo nuevo!
¡¡Una maravilla!!
Se lo colocó, se dio cuenta que le quedaba perfecto y su corazoncito saltó de alegría.- Si hasta podía volver al colegio, ir con su amiga la Sofía y ya no le iba a dar vergüenza que la vean con la ropa toda rota.-
La mamá se acercó, se arrodilló en el colchón con sus rodillas gruesas, doloridas de tanto andar, acomodó sus anchas caderas y la miró con ojos negros, llenos de una sonrisa hecha tristeza.-
¡Lucha, cuidala porque era de una nena que enfermó y los angelitos la llevaron a pasear al cielo!
Una lágrima le recorrió su regordeta cara y besó a su hija en la frente, se persignó, miró para arriba y le agradeció a Dios por tenerla a su lado.-
Lucha no entendió lo que le dijo su mamá, pero movió la cabeza en señal de aprobación y enseguida giró sobre una pierna.- La falda se le levantó casi hasta la cintura y giró una y otra vez, enloquecida y cada tanto se la levantaba para mirarle los dibujitos a la bombachita.-
¡Bueno, Lucha, andá del Cosme a buscar pan, yerba y vino tinto para tu padre, que hoy vendí tres pantalones y pude comprar algo de carne y el verdulero me regaló un montón de cosas que iba a tirar y que están buenas, así que comemos puchero! Le gritó la mamá.-
¡Carne!
Palabra difícil de encontrar en esa casa y aunque la nena sabía que no alcanzaría para todos, algún pedacito le iba a tocar.- Y se puso contenta.-

El Cosme.- Almacenero.- Hombre de plata, morocho, musculoso y chaqueño.-
Su almacén estaba a escasos veinte metros de su casa.-
Tenía pisos de cemento, paredes de ladrillos y hasta el techo era de cemento.- No se llovía ni entraba el frío.-
Dos piezas y hasta baño adentro de la casa, tenía.-
Con inodoro, con un tanquecito arriba y una cadenita, que cuando la tirás, el agua se lleva todo lo que hiciste y no tenés que sacar el tacho con todo eso a la calle.- Y además, calefón, de esos que se enchufan y al ratito sale agua calentita.-
Tenía dos ventanas grandes, con vidrio y todo, transparentes, se veía la calle y cortinas gruesas para que nadie pueda mirar para adentro.-
¡Mucha plata tenía el Cosme!
Y era bueno, les daba fiado para que puedan comer en esos días que no había nada y cuando Lucha iba, le regalaba un caramelo.-
Casi siempre, si no había clientes, la hacía pasar un ratito a la pieza de atrás y le mostraba las cosas nuevas que le compraba a unos chicos raros, que le traían de todo y él, a cambio les daba unas bolsitas muy chiquitas, de plástico, que guardaba escondidas en un agujero de la pared y Lucha no sabía para que servían.-
Un día se compró un grabador grande y escuchaba esa música como le gusta a la mamá.-
La semana anterior se había comprado una tele a color, con las antenitas arriba y se la mostró una tarde.-
Lucha estaba asombrada de ver todo en colores, como en la vida real, pero allí adentro, atrás del vidrio.-
¡Venite a la tarde a ver los dibu! Le dijo el Cosme.-
Pero cuando Lucha le pidió permiso a la mamá, se enojó y gritó.-
¡Ni loca, ese tipo es peligroso!
Pero la palabra “peligroso” no existía dentro de su infantil vocabulario y a las tardecitas, siempre con alguna excusa, se escapaba a ver los dibu en colores con el Cosme.-
¡Porque a él también le gustaban!
Y le gustaban tanto los dibu, que cuando Lucha entraba, cerraba el almacén y ponía un cartelito que decía:
“SERRADO, buelbo en media hora”
Y después, corría las cortinas de la pieza.-
¡Para que el sol no entre y se pueda ver mejor la tele! Dijo.-
Aunque Lucha no entendió, porque a esa hora, el sol ya estaba bajando y no molestaba para nada.-
Y los dos se sentaban en la cama a ver la tele.- El Cosme le regalaba caramelos y le hacía cosquillitas por todo el cuerpo, mientras los dos veían los dibujitos.-
Ella se sentaba arriba de las piernas huesudas del Cosme y él le metía la mano por debajo de su remerita y le hacía cosquillas en la panza…..y en la espalda….y en las piernas….y en la entrepierna.-
A Lucha le gustaba porque la hacía reír y a veces, temblaba toda y sentía un calorcito que le subía por todo el cuerpo y la hacía vibrar.- Se quedaba muy quietita mientras el Cosme le hacía cosquillitas, porque sabía, que encima, si no decía nada, cuando se iba le regalaba otro caramelo.-
El Cosme vendía de todo.-
Comida, alimento para animales, herramientas usadas, ropa y otras cosas que Lucha no entendía.-
En una estantería, sobre una pared, había ropa de nena y varias veces, Lucha le pidió a la mamá que le comprara una bombacha porque las que tenía se le caían porque los elásticos estaban muy estirados.-
Pero la mamá, con lágrimas en los ojos, siempre le respondía lo mismo.-
¡Hoy no podemos, aguantá un poco más que ya te vamos a conseguir ropita!
Y Lucha aguantaba sin reclamar nada, porque su pobreza nada sabía de reclamos.-
Y la promesa al fin se cumplió.-
Tenía un montón de ropita nueva y estaba ansiosa por mostrársela al Cosme para que vea lo linda que estaba.-
¡Tengo ropita nueva y no se me cae más! Le iba a decir.-
Y encontró la excusa para ir.-
¡Mamá, me voy de la Sofía para mostrarle le ropa! ¿Querés algo del Cosme así no vuelvo a salir después? Le preguntó casi sabiendo la respuesta.-
Y la respuesta llegó en forma de pan, yerba y vino tinto.-
Lucha se puso recontenta y como afuera estaba todo embarrado, se sacó las medias largas y las cortitas y las zapatillas de abrojitos.-
Se puso las ojotas viejas, esas que se rompían en cualquier momento, total, las medias se las iba a mostrar al Cosme otro día, cuando todo esté seco, así no se ensucian, si se le enfriaban los piecitos, no había problema porque ella estaba acostumbrada, además, tenía el vestido, la camiseta y el pulóver.-
Y salió corriendo llenándose de viento frío la sonrisa.-
Entró al negocio justo cuando estaban por comenzar los dibu.-
El Cosme la vio y se le iluminaron los ojos.-
¡Que linda!
Lucha le regaló su mejor sonrisa con agujerito, esperó que cierre el almacén, que ponga el cartelito y los dos se fueron, tomados de la mano, hasta la pieza para ver la tele.-
Porque al Cosme le gustaban mucho los dibu y cerró las cortinas para ver mejor.-
¿Te gusta? ¡Mirá!
Le dijo la nena antes de sentarse, dando una vuelta completa sobre un pié.-
La pollera voló sobre su cintura y el Cosme se sonrió.-
¡¡Ropita nueva!!
Lucha se levantó la pollera mostrando sin pudor el hermoso trofeo que le había regalado la mamá.-
¡Si, es nueva y no se me cae y tiene dibujitos lindos! Exclamó con los ojitos inundados de felicidad, dejando traslucir su más pura inocencia.-
El Cosme la alzó y la sentó como siempre sobre sus piernas y le hizo cosquillas, mientras los dibu hacían de las suyas adentro de la colorida pantalla.-
Las cosquillas se hicieron cada vez más fuertes y Lucha comenzó a reírse como loca, tirándose para atrás.- El Cosme la acostó sobre la cama sin dejar de hacerla reír.-
¡No puedo ver la tele! Gritó la nena riendo, pero entonces se dio cuenta que el Cosme estaba arriba suyo.-
¡¡No que hacés, me aplastás!!
Intentó separarlo con la fuerza insignificante de sus bracitos de nena de siete años, pero ya no había más cosquillas, las manos del hombre estaban en otro lado, más allá de su pequeño mundo infantil lleno de ilusiones, más allá de los dibujitos en colores.-
Y pasó lo inesperado.-
Un ruido de tela rasgada terminó con la risa de Lucha.- Enseguida un inexplicable dolor de mil agujas la paralizó y un calor de fiebre le recorrió el cuerpito.-

Solo veinte metros la separaban de su casa, solo veinte metros que parecían dos mil.-
Quiso correr, pero le dolía tanto la panza que caminó muy despacio, apoyándose cada tanto sobre las paredes de las casas vecinas, mirando para atrás, con el temor instalado de que el Cosme la persiga y la agarre de nuevo.-
Le temblaban las piernitas, el vestido estaba desacomodado y sucio, pero caminó la poca distancia que la separaba de su humilde hogar, mientras en su cabecita retumbaban las últimas palabras del Cosme.-
¡Si decís algo, nunca más les doy nada fiado!
Como pudo, entró a su rancho buscando el íntimo refugio de su colchón.- Cayó de rodillas sobre él y se desplomó boca abajo.- Las lágrimas explotaron y el llanto elevó la temperatura de su perturbada cabecita hasta hacerla dormir profundamente.-

¡¡Por Dios!!
Fue lo primero que escuchó cuando se despertó.-
Su mamá la acostó boca arriba y la miró desconsolada.- La tomó de los bracitos, la paró sobre el colchón y la abrazó con fuerza.-
¿Qué te pasó, que te hicieron….fue el Cosme?
Lucha bajó la cabecita, las lágrimas se amontonaron en las fronteras de los ojos y su alma no encontró consuelo.- Se quebró y el llanto volvió a fluir.-
¡Te dije que era peligroso….te dije!
Pero la nena todavía no entendía el significado de esa palabra, tal vez, si alguna vez se la hubiesen explicado, quien sabe......tal vez.-
La mamá preparó un fuentón, calentó agua, le sacó la ropita sucia y la bañó completamente, inclusive allá, adonde todavía le dolía mucho.-
Varios días pasaron y todo se fue hundiendo en las siniestras aguas del olvido.-
Y sanaron las heridas, las que duelen y las otras, esas que nos arañan el espíritu.-
¡Porque a esa edad, todo se cura más rápido! Le dijeron.-
Lucha no fue más a la casa del Cosme, pero la mamá y el papá sí.-
Entonces, un domingo a la mañana, muy tempranito, la despertaron con la noticia.-
¡Levantate, nos mudamos a la casa del Cosme!
Lucha no entendió nada, pero se mudaron nomás y los vecinos ayudaron.-
Todos miraban a la nena con una sonrisa y le acariciaban la cabecita, pero ella todavía no entendía nada.-

¡Nos dejás la casa y el almacén o te denunciamos que violaste a la nena, vas preso y la gente del barrio te prende fuego todo.- De las dos maneras, perdés! Dijeron los padres y el Cosme prefirió evitar la cárcel, bajó la cabeza y se fue una noche cualquiera sin que nadie se dé cuenta.-
¡A lo de su hermana la soltera, esa que vive en Nueva Pompeya, allá lejos, en el medio del impenetrable, en el Chaco! Dijeron algunos.-
Y los fríos números de la miseria, habían sacado ventaja sobre la oscura cara de la pobreza.-
Y Lucha quedó en el medio de las transacciones de los adultos y su sufrimiento se transformó en moneda de cambio, pero no pudo reclamar nada.-
Cuando la nena entró a la casa, vio las camas y los colchones casi nuevos y la tele para los dibu en colores.- Y el baño con inodoro y calefón y el negocio lleno de cosas lindas.-
Se sonrió.-
El grabador con la música que le gustaba a la mamá no estaba, pero no importó tanto.-
Entonces corrió hasta las estanterías adonde se entremezclaba la ropa para chicos y mientras miraba todo, la mamá se acercó por atrás, tomó una bombachita nueva y se la dio.-
¡Tomá, es tuya, gracias a lo que sufriste, ahora todo esto es nuestro! Le dijo con su inconfundible sonrisa sumergida en la tristeza.-
Lucha la agarró sin decir nada y corrió al baño, enseguida se sacó la vieja y se puso la nueva.-
¡¡Nueva!! Si hasta tuvo que romperle el plástico que la envolvía y era la primera vez que tenía algo nuevo y encima envuelto.-
¡¡NUEVA!! Exclamó en voz alta y corrió a buscar un banquito de madera, porque el baño tenía espejo, pero estaba muy alto para sus siete añitos.-
Se subió y la miró.-
¡Perfecta!
Y se largó a llorar.-
No sabía bien por qué, pero comenzaba a darse cuenta que su dolor de mil agujas y que su pancita hecha fuego, tenían algo que ver con el cambio.- Y lloró.-
¡Realmente tuvieron suerte, porque la nena anda siempre solita por las calles, si la hubiese agarrado otro tipo, capaz que hasta la mata!
¡Por lo menos, a pesar de la desgracia, salieron ganando!
Fue el comentario chismoso de las vecinas mientras miraban a Lucha con sonrisas envueltas en ternura y le acariciaban los largos cabellos rubios.-
Pero Lucha todavía no llegaba a entender mucho.- Se había terminado la miseria, ahora eran ricos.- Una cama nueva para mamá, papá y ella y otra para los hermanos y encima de dos plazas y con sábanas.- Y la tele para mirar los dibu en colores.-
¡¡Sensacional!!
Y pasaron algunos días.- Del Cosme no se habló nunca más y los vecinos se encargaron de demoler el viejo ranchito.-
¡Para que nadie viva nunca más en esa miseria! Dijeron y todo se llenó de felicidad.-
Entonces, una noche, se despertó sobresaltada, un calor que le quemaba la panza le trajo por un momento la fea imagen del Cosme.-
Y abrió los ojos asustada.-
Pero la cara que tenía delante de la suya, con aliento a vino tinto barato, era la de su papá.-
¡M’jita, se dispertó! Le dijo el papá hablándole bajito mientras miraba los enormes ojitos verdes, casi transparentes, repletos de asombro de Lucha.-
¡Shhh, quédese quietita! ¿Sabe? ¡El Cosme la hizo señorita y como usté ya se curó, el papá va a aprovechar un poquito, así que no se mueva y no diga nada que el papá se encarga de todo!
¡¡No papá, vos no!! ¡¡Esto no........vos me tenés que cuidar, soy chiquitita!!
Gimió adentro de su cabecita y quiso hablar y quiso reclamarle en voz alta, pero su boca se llenó de silencio, sabía que serían palabras lanzadas al viento y entregó con resignación la dulzura de su espíritu de cristal, quebrado en mil pedazos y otra vez la cubrió el manto de la injusticia disfrazado de indigencia.-
Las lágrimas rodaron silenciosamente por sus mejillas.-
Cerró los ojitos, apretó los puños con la fuerza de la impotencia y con la furia que otorga la bronca.-
Y el dolor de panza fue subiendo cada vez más, hasta llegar arriba, justo adonde el grito de la barriga repleta solo de hambre, se confunde con el llanto de la humillación hecha inocencia.-
Y salió el dolor disparado como una flecha que le partió en dos su pequeño corazón.-
A su lado, el murmullo de un llanto ahogado por la almohada, retumbaba adentro del pecho desolado de su mamá.-
Y se dio cuenta que otra vez le había ganado la miseria.-
Y se quedó quietita porque el papá se estaba encargando de todo.-
Y supo que eso era solo el principio.-
Y que ya no le quedaba nadie……nadie a quien reclamar.-

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